El té es una de las bebidas más populares a nivel mundial y una de las más consumidas, por delante del café, la Coca-Cola o la cerveza. De origen asiático, su introducción en Europa se produjo en el século XVII. Aunque existen muchas teorías acerca de la popularización de esta infusión en Occidente, se cree que se dio cuando el rey Carlos II de Inglaterra se casó con la princesa Catalina de Braganza.

En cuanto a los inicios del consumo de esta infusión, se atribuyen al emperador chino Shen Nung, en el año 2737 a.C. El gobernador, que insistía en la importancia de hervir el agua antes de beberla por motivos de higiene, fue testigo de un hecho que marcaría un antes y un después: mientras sus criados hervían agua, unas hojas de un árbol, de la camellia sinensis o árbol del té, se posaron el ella. Ante el aroma placentero que desprendía esa mezcla, lo probó. Y, el resto de la historia, ya la conocemos. Siglos más tarde, esta tradición se exportaba a Japón, donde surgiría la ceremonia que rodea a esta bebida.

En esencia, el té es una infusión de hojas secas molidas o brotes de la camellia senensis en agua caliente. Su profundo asentamiento en la sociedad, tanto oriental como occidental, quizás se deba a los innumerables beneficios que puede tener sobre nuestra salud y el bienestar general de nuestro cuerpo. Aunque existen muchas variedades, podemos diferenciar entre:

  • Té verde. Las hojas del árbol del té no han sufrido una oxidación: se recogen frescas, se someten a un proceso de torrefacción, se prensan, enrollan, trituran y se secan. Entre sus propiedades se pueden citar cualidades antioxidantes, reduce el riesgo de enfermedades cardiovascurales, tiene efectos antidiabéticos y es un buen estimulante del metabolismo.
  • Té negro. El sabor más profundo y la mayor estimulación que produce esta variedad se debe a un proceso de oxidación completo. El té negro también es un buen antioxidante, característica intrínseca a las infusiones, redue el riesgo de enfermedades del corazón y puede tener efecto anticancerígeno.
  • Té azul. El té azul o té Oolong también existe. Su fermentación está a medio camino entre el verde y el negro. Sea como fuere, cuenta con un sabor suave y afrutado. Esta bebida puede acelerar nuestro metabolismo, mejorar la digestión o mejorar el estado de nuestra piel, entre otros beneficios.
  • Té rojo. El proceso de elaboración es muy largo, ya que se trata de un té postfermentado y requiere de su maduración en bodegas, la cual puede llegar a durar años. Es un buen digestivo, depurativo y antioxidante, potencia el sistema inmune y ayuda a regular el colesterol.
  • Té blanco. Si los anteriores se elaboran con las hojas del árbol del té, este se produce con sus brotes. Estos  todavía están sin abrir y están cubiertos de un vello blanco. Se cosecha a mano y, mediante ventilación controlada, se deja secar. Es una de las infusiones más ricas en antioxidantes, mejora la salud del hígado, piel y cabello y ayuda a combatir el envejecimiento.  

Estas son las variedades más populares, pero hay más. Por ejemplo, el té Chai, típico de la India, que está mezclado con especias y hierbas aromáticas como cardamomo, clavo, pimienta, anís estrellado, canela y jengibre; té amarillo, a medio camino entre el blanco y el verde; o el té kukicha, hecho con los tallos del árbol. 

Por otro lado, debemos recordar que, aunque esta bebida nos puede ayudar a mejorar nuestro bienestar, será importante acompañarlo de una correcta actividad física y una buena alimentación.

 

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