Constantemente hablamos de las aguas minero-medicinales y de los beneficios sobre la salud y bienestar general pero, ¿qué las define y qué las distingue? Para que sean consideradas como tal deben cumprir ciertas condiciones y ser declaradas de forma oficial como Aguas de Utilidad Pública por el organismo competente correspondiente.

Las aguas minero-medicinales son aquellas que, por su composición química, física y físico-química, tienen propiedades terapéuticas. En otras palabras, las propiedades beneficiosas sobre nuestro cuerpo dependerán, en primer lugar, de su estructura molecular, de las sustancias minerales disueltas o suspendidas en ella y de la temperatura y presión con la que emerge a la superficie. Y, dependiendo de su composición, las aguas ejercerán una acción diferente sobre nuestro organismo. Asimismo, en los balnearios, estas características alcanzan su mayor plenitud “a pie de manantial”.

Aunque existen más clasificaciones en relación a las aguas minero-medicinales, se suele hablar de ellas en función de su composición mineral. Es así que se suelen diferenciar doce variedades, con diferentes beneficios sobre nuestro organismo

Las aguas bicarbonatadas, ricas en sal de ácido carbónico, habitualmente de baja mineralización y frías. Por sus propiedades digestivas y hepatoprotectoras se suelen administrar por vía oral. Además, neutralizan la secreción ácida y favorecen la actividad del páncreas. Se recomiendan, por tanto, para problemas del aparato digestivo, al igual que las aguas magnésicas, oligometálicas o cálcicas. Estas últimas, ricas en calcio, se recomiendan para afecciones del tracto digestivo y también para aquellas relacionadas con la degeneración ósea o ciertas afecciones cardiovasculares.

Los problemas óseos se pueden mejorar con aguas fluoradas, ricas en flúor, ya que se asocia al calcio con facilidad, por lo que protege la formación y conservación de la dentadura y huesos. También para dolencias reumáticas y otras dermatológicas y respiratorias crónicas, se encuentran las sulfurosas.

Si lo que buscamos es tratar afecciones quirúrgicas, traumáticas, reumatológicas, dermatológicas o respiratorias, las aguas cloruradas, ricas en cloruro, tienen acción antiséptica y ayudan con la cicatrización. Las sódicas, ricas en sodio, también presentan acción antiséptica, además de ser un gran relajante para nuestra musculatura. Asimismo, las aguas ferruginosas, ricas en hierro, también actúan sobre enfermedades dermatológicas, además de favorecer la regeneración de la sangre y ayudar a mejorar casos de anemia. 

Las aguas radiactivas, aquellas que emiten radioactividad natural y tienen efecto analgésico, se indican en patologías psiquiátricas y cuadros de estrés, pero también para enfermedades articulares y reumáticas, entre otras. Si lo que buscamos es el efecto contrario y estimular nuestro cuerpo, las aguas sulfatadas son nuestro aliado.

Por otro lado, utilizadas como aguas de mesa, se encuentran las carbogaseosas, que contienen gas de ácido carbónico libre y estimulan el apetito y facilitan la digestión.

Según esta clasificación, nuestras aguas son sulfuradas, cloruradas y bicarbonatadas. Emergen a una temperatura de 28ºC y están indicadas, por tanto, para procesos reumatológicos, afecciones del aparato respiratorio y dermatológicas, así como para tratar el estrés o fatiga.

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